el reino de las formas, grandes maestros
La mayoría de los sábados me encuentro en mi casa ya sea descansando o haciendo tarea, pero esta tarde me encontraba en el centro de Monterrey, caminando con mi mamá y con mi tía hacia el Museo del Noreste para poder ver la exhibición de pinturas europeas que acababan de llegar a la ciudad: El reino de las formas, grandes maestros.
Lo primero que noté al entrar a la plaza Santa Lucía fueron los atrapasueños que colgaban del techo de una tienda. Siempre pensé que sería interesante tener uno, pero nunca los he comprado. Mi mamá y mi tía caminaban un poco más atrás, conversando de algún tema sin importancia para mí. Posiblemente de cómo era posible que Monterrey hubiera cambiado tanto desde cuando mi tía era pequeña, y, créanme, mi tía no es tan joven. Bajé los escalones y me asomé por el barandal para poder ver el paseo Santa Lucía y llegué justo a tiempo para ver cómo se acercaba un bote con personas a bordo. Me separé del barandal y me dirigí a la puerta del museo. Después de que mi mamá pasará por la puerta giratoria, la seguí, me sorprendió lo bonito que era en su interior. Supongo que lo esperaba un poco más viejo o tal vez más maltratado, pero era todo lo contrario con sus paredes bien pintadas, el piso limpio y la temperatura adecuada para sentirse a gusto dentro del edificio a pesar de la fresca tarde que hacía afuera. Después de que nos dieran nuestros pases fuimos al elevador, y subimos a la exhibición. Cuando se abrieron las puertas me encontré en una sala completamente distinta a la de abajo; ésta estaba mucho más oscura, la luz tenue daba la sensación de que los focos estaban a punto de fundirse. Mi tía salió primero del ascensor y la seguí. Nos recibió un guardia quien nos indicó por dónde se iniciaba la exhibición y nos comentó que se permitían las fotografías sin flash. “Al menos tendré evidencia de que vine,” pensé. La primera cosa que vi fue la descripción de la exhibición; casi todo lo había leído en el reportaje que mi maestra mandó cuando nos informó que la exhibición había llegado a la ciudad. Cuando me puse a observar las primeras obras me di cuenta de que estaba en la sección de pinturas relacionadas con la religión. Fue muy sencillo identificar a Adán y a Eva, sobre todo porque desde pequeños en la catequesis te cuentan la historia de cómo perdieron su lugar en el paraíso por comer la fruta prohibida. Estaba leyendo otra descripción cuando mi tía me tomó del brazo y comenzó a hacer un análisis profundo de cada pintura que veíamos. Desde que se subió a la camioneta cuando pasamos por ella supe que esto pasaría. Si quieres aprender de algo en algún momento lleva a la tía Socorro contigo, te dirá desde lo más interesante hasta lo más insignificante; en esta ocasión no dijo nada que no fuera interesante. Pero lo que yo quería era avanzar rápido, no sabía qué tan grande era la exhibición. No quería que fuera más grande de lo que pensaba porque no la alcanzará a ver completa. Afortunadamente mi tía se fue rápido y no hubo mucho retraso. Eso sí, mi tía tenía algo con acercarse demasiado a las pinturas, tres veces tuvieron que venir a decirle que se alejara del cuadro. Aunque yo trataba de leer las descripciones, ella seguía acercándose. Mientras más leía las descripciones de las pinturas me daba cuenta de que la mayoría estaban hechas de pinturas de óleo, también me despertaba la curiosidad el saber la historia detrás de las obras. Había algunas que en mi vida había escuchado y otras bastante famosas.
Cuando me acercaba a la mitad de la exhibición vi la que pienso era la pintura más grande de la exhibición.; no podía medir menos de un metro de largo. En ella se mostraban guerreros en carros de carreras jalados por caballos, algunos caídos, y otros aún de pie. Se veían también personas a su alrededor charlando entre ellas, mirando las carreras o a los competidores caídos y de fondo se podía admirar un paisaje con una montaña y delante de ella, áreas verdes. Me impresioné mucho, claramente acaparaba la atención de las demás que estaban en esa misma sala. Terminé de verla y me dirigí a otra descripción que había en la pared. Resulta que Jaques-Louis David, el artista que me había tocado investigar hace algunos meses, había hecho la pintura que acababa de ver: Los juegos en honor a Patroclo después de su funeral. Comencé a relacionar las cosas que había visto en clase y durante el resto de la exposición traté de analizar las pinturas con lo que sabía: su enfoque, la luz, cosas que recordaba. Cuando pasaba frente al retrato de alguien me sorprendían los detalles de sus atuendos, era casi una fotografía; casi podía escuchar la tela crujir de cuando la persona se hubiera movido mientras posaba por horas. Para terminar estaban los paisajes. Sin duda eran hermosos, con un detalle no menor al de los retratos veía los pequeños pueblos, los bosques, las playas. Sin duda una exhibición que te deja con la boca abierta y deseoso de saber más, buscar más, mirar más. El arte no se tiene que ver, se tiene que observar y El reino de las formas, grandes maestros te dejará más complacido que nada.